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Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile

Editor: Neville Blanc

Sunday, August 30, 2009

Análisis:
Falsedades sobre la Araucanía
Para el historiador Sergio Villalobos, "quienes se dicen 'mapuches' no son indígenas, sino mestizos" y agrega que sólo el 9,7% de ellos se define como integrante de la etnia.
El Mercurio 30 de agosto de 2009
Sergio Villalobos R.*
Mucho se habla de una deuda histórica con el pueblo araucano, pretendiendo crear una fuerza moral para aceptar las demandas de quienes se dicen herederos de aquella etnia.
La verdad histórica objetiva, no sujeta a posiciones políticas, ni al eco de los medios de comunicación y, lo que es más grave, a las actitudes del gobierno y la clase política, descansa en errores generalizados.
Para empezar, quienes se dicen "mapuches" no son indígenas, sino mestizos generados en un transcurso que se inició con los conquistadores y prosiguió hasta el día de hoy con los chilenos. Esa fue la gran masa que habitó en la Araucanía con plena aceptación del pueblo araucano y con un mimetismo físico y cultural que conformó su realidad. Basta pensar, para medir la intensidad del fenómeno, que los mestizos llegaron a ser caciques, como el famoso Chicahuala y los caciques gobernadores de Toltén.
La mezcla racial comenzó con el desenfreno de la Conquista, prosiguió con los colonos españoles en los lavaderos de oro, las faenas agrícolas y en cuanto lugar se pueda pensar. También hubo cautiverio de mujeres blancas en la caída de las ciudades del sur y el asalto a las posesiones hispánicas. Durante la República, el fenómeno continuó más o menos igual.
Quienes se dicen mapuches descienden, por lo tanto, de los dominados como de los dominadores. Son tan chilenos como todos, porque la inmensa mayoría del país es mestiza y cabría, en consecuencia, preocuparse de igual manera del poblador de la periferia de las ciudades, de todos los campesinos y los habitantes de Combarbalá, Renca o Melipilla. En todos ellos hay mestizos chilenos pobres que merecerían iguales beneficios que quienes invocan "derechos ancestrales".
¿Dónde está la igualdad de los chilenos?
Desde otra perspectiva, ya es tiempo de que todos conozcamos que la Guerra de Arauco tiene mucho de mito. En los comienzos y durante poco más de cien años, hubo una lucha intensa y despiadada por ambos lados; pero desde mediados del siglo XVII reinó la paz, con pequeñísimas interrupciones hasta los días de la Independencia. La tranquilidad generó una convivencia fronteriza en que hubo toda clase de relaciones, como lo han demostrado obras más o menos recientes. El comercio fue intenso. Los nativos se sintieron atraídos por los géneros, las cintas, las baratijas, el hierro, y, por sobre todo, el vino y el aguardiente. Por su parte, los aborígenes entregaban ponchos, alimentos, cuero y otras especies, produciéndose un trato muy conveniente para todos. También vendían mujeres y niños de acuerdo con la "usanza". Bajo ese sistema, los fuertes y misiones de la Araucanía eran lugares de trato, adonde todos concurrían.
La vida y la lucha en la Frontera fue de gran complejidad e impide manejar conceptos ligeros o aparentes. Los aborígenes no formaban una comunidad unitaria y cohesionada, sino que eran una sociedad segmentada por parcialidades con caciques a la cabeza. Vivían con rivalidades, odios y luchas entre ellos, y por esa razón rara vez y sólo en los comienzos presentaron un frente unido. Debido a esas circunstancias, muchas parcialidades se aliaron a los españoles y combatieron junto a ellos. Arreglaban los malos pasos del camino, ayudaban a cruzar los ríos; llevaban alimentos, leña y agua a los fuertes. Más aún, sus destacamentos acompañaban a los hispano-chilenos y luchaban con ardor junto a ellos. En la persecución eran implacables y se apoderaban de los despojos, las mujeres y los niños. Eran los "indios amigos", cuyos jefes eran caciques gobernadores por designación oficial, se les otorgaba un bastón con cabeza de plata y recibían sueldos.
Con el tiempo, algunos grupos se incorporaron al ejército y recibían remuneraciones. No es extraño, entonces, que destacamentos de 150 o 200 españoles triunfasen sobre masas de enemigos. A su lado combatían cientos y quizás miles de indios amigos, situación que continuó durante la República.
En suma, los araucanos contribuyeron a su propio sometimiento.
Durante el período de la Independencia se renovó la lucha temporalmente, debido a que la vida fronteriza se desorganizó. Generalmente, las tribus fueron soliviantadas por los jefes realistas.
Avanzado ya el período de la República, hubo épocas esporádicas de lucha, que no pueden compararse con las grandes rebeliones de los primeros tiempos. Ocurrió entonces el mayor despojo de tierras, un fenómeno que tampoco puede simplificarse. Antes del avance de las armas, infinidad de colonos, en forma pacífica, se habían instalado en tierras de los indígenas aceptados por éstos, quienes aprovechaban el contacto y les vendían tierras. Durante el avance oficial iniciado en la década de 1860 por el coronel Cornelio Saavedra, grandes extensiones fueron vendidas por los nativos a los colonizadores, y el mismo Saavedra adquirió terrenos para la fundación de Angol y levantar fuertes hasta la líneas del río Malleco.
Es cierto que hubo despojo por la fuerza, pero también se reservaron espacios no desdeñables para los indígenas.
La ocupación de la Araucanía se debió a la necesidad de extender de manera efectiva la soberanía nacional a un espacio que le pertenecía desde los comienzos de la Conquista, y que era necesario incorporar a la producción agrícola y ganadera con efectivos métodos modernos. Los primitivos poseedores tenían sólo una economía de subsistencia, sin aprovechar los enormes terrenos que poseían. Ahora se beneficiaban no únicamente el común de los chilenos, sino también los nativos y mestizos, quienes con el contacto se sumaron a una economía de mercado.
Los mestizos de araucanos, al disponer de enormes espacios no aprovechados, procedían a efectuar ventas a los chilenos y ello contribuyó a perder parte de su patrimonio. Generalmente cambiaban sus tierras por unos cuantos bienes materiales y chuicos de aguardiente. No puede desconocerse que también hubo abusos y que simplemente los aventureros los despojaban de sus terrenos. Todo ello ocurrió a pesar de que el Estado protegió las tierras dejadas a los nativos y prohibía su enajenación.
La ocupación de la Araucanía significó introducir innovaciones que favorecieron a toda su población. Se construyeron caminos, puentes y obras públicas; el ferrocarril y el telégrafo penetraron en forma sostenida. Se establecieron escuelas, algunos liceos y escuelas normales. También hospitales y puestos policiales, sin contar todo el apartado administrativo y municipal.
Mediante esas tareas de progreso, los mestizos de araucanos pudieron incorporarse a la existencia moderna. La educación les abrió paso a los puestos fiscales, a los negocios particulares, a las filas del Ejército y de Carabineros; algunos alcanzaron cargos de parlamentarios y aun de ministros.
El 84% no habla su idioma
Hay que hacer notar que los más empeñosos y hábiles desarrollaron sus aptitudes, como en toda sociedad humana, logrando mejorar sus condiciones de vida. Los rutinarios de poca voluntad permanecieron en su vieja situación, cultivando resquemores y deseos de protesta.
En tiempos actuales se ha sugerido que las agrupaciones de la Araucanía formaban un Estado, lo que no pasa de ser un error conceptual, porque ni siquiera tenían unidad ni gobierno centralizado.
Se ha creído ver en la realización de parlamentos unas especies de tratados concertados por dos estados, lo que no pasa de ser una fantasía indigenista.
Todos los habitantes de las colonias eran súbditos del rey, y luego fueron ciudadanos de un país independiente. Si en ocasiones hubo acuerdos con ellos fue por consideración especial, tal como podía ocurrir, por ejemplo, con los mineros del Norte Chico o los comerciantes de Santiago.
Los parlamentarios eran convocados por las autoridades oficiales a petición de grupos de caciques y apremiando a los reticentes. Atractivo especial eran las comilonas en grande, la borrachera interminable y la concurrencia de pequeños mercaderes.
Por lo general, los acuerdos eran impuestos por las autoridades hispanas y chilenas, y tenían por objeto crear condiciones de paz para la vigencia de las relaciones fronterizas. Los caciques reconocían la autoridad del rey de España y del gobernador, y solían ser reconocidos en sus derechos de jefatura mediante el título de cacique gobernador y la entrega simbólica de los bastones.
Hubo, además, otros avances. Existía en el Ejército el cargo de Comisario de Naciones, con la función de mantener el contacto con los caciques y vigilar sus actividades. También se designaban "capitanes de amigos", colocados junto a los caciques para controlar sus pasos, ayudarlos en lo que se pudiese y evitar que sufriesen tropelías de los soldados desmandados. Tales capitanes se identificaban con las formas de vida de los mestizos araucanos, tenían varias mujeres de las tribus y procreaban muchos hijos.
Los nativos les tenían aprecio y solían luchar bajo su mando contra otras parcialidades. En muchas ocasiones, reducciones que no tenían capitanes de amigos los solicitaban, y otras protestaban cuando se pretendía remover a alguno de ellos.
Esa institución, igual que tantas otras, pasó a la República.
Desde fines de la Colonia y después de la Independencia, la vida de las agrupaciones al sur del Biobío había prosperado mucho. Varios caciques habían mejorado sus tierras de cultivo, y más que nada, poseían grandes manadas de animales, principalmente vacunos, ovejunos y caballares. Sus rucas habían tomado la forma del rancho campesino y constaban con otras instalaciones. Por todas estas razones, muchas de las tribus no deseaban la guerra, que les era perjudicial.
La incorporación definitiva, concluida en 1883, abrió todas las posibilidades de participación en la vida nacional.
Según el censo de 1992 y la encuesta CEP de 2002, sólo el 9,7% se define como mapuche, el 79% vive en ciudades, el 84% no habla la lengua propia, el 49% no sabe o no recuerda las ceremonias o ritos, y el 60% es católico.
Pese a esta información objetiva, que prueba la integración, los indigenistas, antropólogos y políticos oportunistas insisten en crear formas de separación. Son paternalistas.
*Historiador chileno. Ganador del Premio Nacional en 1992. Ex director de la Biblioteca Nacional entre 1990 y 1993. Actualmente hace clases en las universidades de Chile y Andrés Bello.

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