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Editor: Neville Blanc

Sunday, November 21, 2010

JAVIER GARCIADIEGO, PRESIDENTE DEL COLEGIO DE MEXICO


"México no merece tirarse a la modorra": Javier Garciadiego

Su trabajo es desmitificar a héroes y villanos y mostrarlos tal cual eran. El actual presidente del Colmex, que llegó a la historia gracias a su abuela y a Gastón García Cantú, se define como un pecador estándar, apasionado por el futbol, la música y los toros


YANET AGUILAR SOSA
El Universal
Domingo 16 de marzo de 2008

Una abuela con herencia porfirista fue uno de los sinos que definió la vocación de historiador de Javier Garciadiego, presidente del Colegio de México.

Es un hombre a quien le gusta la música clásica, aunque en algún momento fue apasionado del rock and roll, la música popular mexicana y las canciones de protesta, porque en sus años de estudiante abundaban las peñas, había poco rock internacional y sólo destacan músicos como Javier Bátiz.

Fue a más de un concierto en lo que antes era el auditorio Justo Sierra, rebautizado en el 68 como Che Guevara; presenció a Carlos Chávez como director, aunque creció musicalmente con Eduardo Mata.

Es admirador de José Vasconcelos, a quien califica como “el hombre de mayores claroscuros”, y reconoce su deuda con maestros como Edmundo O’Gorman, Manuel Gamio y Ángel María Garibay. Ama la historia y busca contarla siempre con rigor, pero con mucha frescura.

Considera que su ingreso a la Academia Mexicana de Historia es un reconocimiento a “una vocación a toda prueba”. El cargo lo asume con gran responsabilidad porque se une a los representantes del gremio. “Tenemos que quedarnos a disparar ahí hasta el último cartucho”.

Su porte serio contrasta con su gentileza; conversa tras la montaña de manuscritos y trabajos que corrige y revisa en la oficina desde donde dirige El Colegio de México.

Llegó a la historia contagiado por su maestro Gastón García Cantú, pero antes lo había tocado el espíritu de su abuela. Esas dos personas representan el doble origen de una pasión a toda prueba.

“El primero, es familiar e íntimo. Mi abuela contaba que su padre participó en la Revolución Mexicana, pero no del lado de los rebeldes sino como parte del gobierno porfirista, en un puesto poco relevante; creo que eso me orilló a estudiar la Revolución Mexicana, un poco para distanciarme de una abuela que por otro lado idolatré.

“El segundo origen llegó por la academia. Estudié ciencias políticas en la UNAM, en un momento en el que el Estado mexicano no tenía una legitimidad electoral, los distintos gobiernos fincaban su legitimidad en la eficiencia y en el pedigrí histórico. La eficiencia la empezaron a perder a finales de los 60 y su único alegato era ser descendientes de la Independencia, la Reforma y la Revolución, hasta de Cuauhtémoc.

“Tomé clase con Gastón García Cantú, con él aprendí a amar la historia del país. Entonces decidí darle bases, hice un doctorado en El Colegio de México, cuando todavía estaba en Guanajuato y vivía Daniel Cosío Villegas, estaban los maestros más importantes para el siglo XX.


“Quise profundizar mis estudios en Revolución Mexicana, hacer un segundo doctorado en Chicago. A esa universidad llegué con el apoyo de Conacyt y trabajé seis años con el profesor Friedrich Katz. Debo decir que me siento comprometido con el Estado mexicano, por eso trabajo en una institución pública de educación superior; siento que puedo pagar al estado esa educación, investigando la historia del país de forma seria.”

Provengo de una educación pública de primer nivel; hay quienes sostienen que la educación pública en México es mala; no es verdad. Soy afortunado de haber estudiado en la UNAM, en esa Facultad de Ciencias Políticas con profesores como González Pedrero, Flores Olea, Arnaldo Córdova y sobre todo con García Cantú, quien fue mi gran maestro y director de tesis.

De García Cantú, un amor por la historia con una enorme dosis de patriotismo; de González Navarro, el afán por la documentación y la seriedad; de Luis González el interés por escribir una historia grata, fresca en la interpretación, y con Friedrich Katz el intento de escribir una historia profunda.

Lo que he intentado es hacer una historia de la Revolución capaz de ser leída por todos, una historia para un lector general, pero dotada de un absoluto rigor. Ese es mi constante intento, hacer una historia para lectores amplios, lo más rigurosa posible.

Eso es lo que trato de hacer con los alumnos y con los públicos más amplios. Quisiera contagiar la escritura de una historia que no esté acartonada. Donde los héroes puedan tener algunos defectos y los antihéroes aspectos positivos. Los jóvenes exigen claridad en la explicación, no buscan clases eruditas, sino capacidad de comprensión, que el maestro les explique problemas medulares de la disciplina.

En términos de rigor, en Revolución Mexicana alterno con cualquiera. En ese tema cada día ignoro menos, pero sigue siendo un proceso muy complejo, imposible de abarcar en sus aspectos regionales, locales, nacionales internacionales. En sus aspectos, políticos, sociales, militares, ideológicos, culturales. Nunca la comprenderé en su totalidad, pero creo tener una idea de ella bastante coherente, así la comparto con mis alumnos y lectores.

Ese es el motor, el día que ya no avancemos en nuestros temas estaremos muertos intelectual y profesionalmente. El alumno ve en el maestro un ejemplo de vida; no creo en los maestros adormecidos, aburridos y pesimistas.

Creo que sí, no soy un historiador pedante. Esa es una lección de El Colegio de México, desde don Daniel Cosío Villegas, hay que tener claridad, esa es una bandera que nunca hemos arriado.

En este país no podemos tirarnos a la modorra, hay mucho qué hacer. Desgraciadamente las instituciones siempre están en vilo, no solamente por algunos que las combaten, sino por otros que las denigran, hay que cuidarlas renovándolas, quien cree que las cuida dejándolas inmutables les hace más daño.

Soy un pecador estándar. Un hombre de pocos vicios, al menos que considere un vicio un tequilita con la comida, siempre blanco. Soy optimista, sincero, leal, afanoso y trabajador. Buen amigo. Creo ser un historiador razonablemente aceptable en la Revolución Mexicana, quiero ser buen padre y buen esposo.

Tengo un amigo que me invitó a ser padrino de su hijo y en eso sí fracasé, le dije: ‘Soy mal padrino, pero buen compadre’. Si debo hablar de miedos, se lo tengo a las enfermedades degenerativas y prolongadas.

Me siento físicamente fuerte, tengo muchos proyectos y muchas ganas de seguir dando clases; quiero vivir muchos años porque me faltan muchas lecturas. Tengo pendientes muchos libros, mucha música que escuchar y ver crecer a los hijos. Amo a mi familia y a mis amigos.

Me gusta el fútbol, soy un perdido de las Chivas ralladas; son un equipo más representativo, tal vez por el sentido patriótico de alinear sólo jugadores mexicanos, también porque mi padre era de Guadalajara.

También me gustan los toros y la música. Mi padre era un gran aficionado de la fiesta brava, desde pequeño oí hablar de toros. Me niego a llamarle arte o deporte, creo que es una fiesta popular muy profunda y difícil de entender, es difícil de entender cómo es que un hombre se juega la vida para mostrar su superioridad sobre una bestia y cómo hay gente que lo disfruta.

Seguir disfrutando de la vida, mantenerme en esta institución, seguir investigando, creo que puedo aportarle algo a otras generaciones de jóvenes; quiero escribir una biografía grande sobre Alfonso Reyes y una más sobre Gómez Morin.

Su carácter excepcional. Era una persona muy positiva y cariñosa. No tenía una gran cultura, pero recordaba ciertos acontecimientos, a su padre, a los amigos de su padre. En fin, cosas familiares, íntimas.

México es un país que quiere mucho la historia. Hay naciones que nos llevan muchos años, pero México es de una enorme densidad histórica, se fundamenta en su legitimidad histórica, es una disciplina que se cultiva desde el siglo XVI.

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