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Editor: Neville Blanc

Wednesday, November 24, 2010

LA MANQUEL. El refugio de Neruda en Normandia


REPORTAJE

Tras las huellas del poeta en Normandía:
Los secretos de La Manquel , la última casa de Pablo Neruda

El poeta compró esta propiedad que data del siglo XVI apenas se enteró de que recibiría el Premio Nobel. "El Mercurio" visitó la casa junto a Jorge Edwards, quien asistió a Neruda en la compra de la residencia en 1971, hoy embajador en París. Su actual propietaria conserva la personalidad original del lugar.

Marilú Ortiz de Rozas Desde Normandía, Francia
El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile
domingo 21 de noviembre de 2010
Actualizado a las 6:08 hrs.
En el apacible pueblito de Condé-sur-Iton, entre los suaves lomajes de Alta Normandía, rodeado de bosques y riachuelos, el tiempo no transcurre. Al volante, Jorge Edwards expresa que fue este paisaje, tan evocador de su austral Frontera, lo primero que cautivó a Neruda aquella mañana en que salieron por el mismo camino, a buscar una casa para el poeta, hace 39 años. Y se perdieron, igual que ahora. Unos días después se anunciaría públicamente su Premio Nobel, pero él ya había sido notificado en privado de la distinción y partió a cumplir su sueño de una Manquel -cóndor en mapudungun- en Normandía. Fue el nombre que dio a esta casa, que lo flechó apenas cruzó el umbral de la puerta. No ha cambiado.

Toda de piedra, con un techo envigado en recia madera y una intrincada escalera caracol que une los dos pisos: arriba un dormitorio amplio y acogedor, con vistas al follaje de los bosques y abajo un salón abovedado, inmenso, con casi triple altura y vigorosa chimenea. Al fondo, la cocina y dormitorios de visitas. Bañada de luz y rodeada de torrentes de agua, plantas y árboles, es exactamente lo que el vate anhelaba para escapar del "Mausoleo". Así llamaba Neruda a la residencia de la embajada en París, un palacete que adquirió el gobierno chileno a muy buen precio a fines de los años veinte, porque -supuestamente- el antiguo dueño, un príncipe de la familia La Tour d'Auvergne, se habría suicidado adentro.

Neruda había sido nombrado embajador en Francia por Salvador Allende y fue recibido por Georges Pompidou, a comienzos de 1971. Devuelto a las labores diplomáticas, Neruda deja con mucho pesar su casa frente al mar de Isla Negra, para encerrarse en la fría residencia del número dos de la avenue de la Motte Picquet. Nunca se sintió cómodo en ese hôtel particulier , en esa tiesura marmórea. Aseguraba el vate que en su pomposo dormitorio parisino, donde se entregaba a su siesta sagrada, podría haber dormido "un caballero de la época de las Cruzadas con su caballo", en una "parafernalia de estilo que muestra al mismo tiempo signos de riqueza y huellas de la decadencia", como escribe en sus memorias.

Carne de oso

Jorge Edwards -que trabajó con él en ese entonces como ministro consejero- afirma que si bien Neruda se aburría a morir en "El Mausoleo", ejercía sus funciones de embajador con gran dedicación, a pesar de sus problemas de salud. Hoy es Edwards -actual embajador en París- quien ocupa la residencia y cuenta que entiende más que nunca a Neruda. Necesitaba escapar de este lúgubre sitio y del sinfín de requerimientos que emanaba día y noche de las oficinas de la embajada, que también se emplazan en el palacete. Lo más impresionante es el tamaño de la habitación principal y de un baño de estilo morisco, que podría haber estado en La Alhambra.

Un viernes, Neruda recibió la visita oficial de un miembro de la Academia Sueca que le anunció el Nobel y, al día siguiente, le pidió a Jorge Edwards que lo acompañara "a buscarse un refugio en Normandía. Al final de esa mañana de sábado, encontramos el caserón de Condé-sur-Iton... Como ocurría en estos casos, Pablo tomó su decisión de inmediato y empezó a pensar en la casa, a vivir en función de ella, como si la casa creciera dentro de él, desde ese mismo instante", recuerda el escritor en su libro "Adiós Poeta".

En La Manquel recibieron con vítores el Año Nuevo de 1972. "Comimos caviar y carne de oso, traída directamente de Moscú", asegura Edwards, quien compartió el honor de la invitación con el poeta colombiano Arturo Camacho Ramírez y sus respectivas familias. También celebraron allí el 12 de julio, el cumpleaños de Neruda, con una tradicional fiesta de disfraces, aunque varios presentían que tanta alegría no duraría mucho más. Neruda sufría de flebitis y se le había diagnosticado un cáncer, lo que se mantenía en secreto.

El château de Neruda

A Chile llegaron rumores de que Neruda se había comprado un castillo en Francia, lo que causó gracia entre sus amigos y ardor entre sus opositores. Volodia Teitelboim explicó en el Senado que el poeta no había adquirido un château , sino las pesebreras de un antiguo conde francés, reacondicionadas como vivienda campestre. Neruda bromeaba diciendo que había intentado comprar Versalles, pero los franceses se habían negado a vendérselo.

En realidad, la casa era una antigua dependencia del castillo de Condé, que pertenecía a los obispos de Evreux, revela su actual propietaria, la empresaria francesa Farida Daoud. "Según los archivos, data del siglo XVI y originalmente era un molino situado en la ribera del río Iton, donde los habitantes de Condé vendían su trigo. Después se transformó en herrería y aquí se restauraban las carretas de madera, pues se fabricaban las placas metálicas de las ruedas ( la feuillard ), por eso se le dio el nombre de 'La feuillarderie', que es el que actualmente lleva", aunque también se conoce por 'El molino'", manifiesta esta parisina, quien está haciendo gestiones para rebautizarla "La Manquel".

El molino fue vendido como bien nacional durante la Revolución Francesa y fue adquirido, en 1781, por el Monsieur Le Vacher de Perla, cuyo hijo fue quien lo convirtió en herrería, en 1815. Se conservó tal cual hasta mediados de 1960, cuando un arquitecto, Auguste Cuipers, la compró para remodelarla como casa de campo, vendiéndola luego a Pablo Neruda en 1971, que acababa de llenarse los bolsillos de coronas suecas. A Cuipers se debe la magnífica configuración actual, donde sobresale la amplitud del espacio central -el salón-, que tiene alrededor de 200 metros cuadrados, del total de casi 300 de la casa. "Su esposa, que era del sur de Francia, no soportaba el clima normando y la vendió muy poco tiempo después", cuenta Daoud.

Cuatro años más tarde, Matilde Urrutia la vendió a una pareja de médicos, los Grandjean, quienes a su vez la pusieron en venta en 1983. Ahí fue cuando Farida Daoud y su pareja, Bernard Ginestet -que falleció en el año 2000-, entonces propietario de los famosos viñedos de Château Margaux y escritor, se enamoraron de esta casa, "por su valor poético y sentimental". De hecho, regularmente llegan hasta La Manquel viajeros e intelectuales de todo el mundo, tras las huellas de Pablo Neruda en Francia.

Una Manquel del futuro

Si bien no quedan efectos personales de Neruda, se ha conservado intacto el diseño de la casa, "el que siempre me pareció inspirado de un barco al revés", precisa esta cientista política aficionada a los deportes náuticos.

A comienzos del año 2000, Daoud viajó a Chile para conocer las otras casas de Neruda. Cuando entró al salón de los mascarones, en Isla Negra, cuenta que se sintió "en el mismo espacio, aunque más pequeño que el de La Manquel. Ambos poseen la misma estructura de vigas a la vista en el techo, la chimenea, la misma sensibilidad arquitectónica. Sólo faltan aquí esas figuras de proa para completar la atmósfera nerudiana".

El poeta también construyó un bar en el fondo del jardín, el "Caballo Verde", con dos puertas que adquirió en anticuarios parisinos, para recibir a sus amigos, tal como hacía en Isla Negra.

Hoy Condé-sur-Iton -que queda a 125 km de París- ha duplicado su población respecto de la época en que habitó allí Neruda; sin embargo, aún no llega a los mil habitantes. Lo único que ha cambiado es que un antiguo estanque, construido para ornamentar el parque del castillo de Condé y que estaba adyacente a La Manquel, fue rellenado y hoy es nuevamente parte de los jardines.

Dentro del terreno de la casa aún se yerguen los maravillosos rododendros que plantaron Pablo y Matilde, expresa Farida Daoud. Sin embargo, fueron los únicos testigos vegetales que dejaron, pues la francesa reconoce que "me ocupo mucho mejor del jardín que ellos" y suele venir a veces, por un par de horas, desde París, sólo para cuidar sus plantas y flores. Originalmente, la calle que pasa enfrente de la casa se llamaba Rue du Lavoir, pero desde hace unos años recibe el nombre del poeta chileno.

A pesar de lo grata que le era la vida en Francia, Neruda cierra la puerta de su casa normanda con un "vuelvo pronto" y de la noche a la mañana, en noviembre de 1972, regresa a Chile. La salud ya bastante deteriorada, vuelve para participar en algunos actos políticos, pero, los relojes corriendo en contra, se encierra una vez más, por última vez, en Isla Negra, a seguir avanzando sus memorias en prosa.

Tuvo la intención de construir una Manquel en Santiago, en los faldeos de Lo Curro, pero no alcanzó a concluir ese proyecto. Aún se conservan los cimientos de éste, la más vanguardista de sus iniciativas poético-arquitectónicas, que debía representar a un cóndor en pleno vuelo. Como dice Gaston Bachelard, el filósofo de los espacios: "A veces, la casa del futuro es más sólida, más clara, más vasta que todas las casas del pasado...Tal vez es bueno que conservemos alguno sueños para una casa que habitaremos más adelante, siempre más adelante, tan adelante, que no tendremos el tiempo de realizarla...".

El misterio de Authenay

La única pista que quedó inconclusa luego de este viaje al pasado junto a Jorge Edwards se refiere a un poema que Neruda escribió desde La Manquel, "El campanario de Authenay", según Edwards uno de los mejores de su última etapa (publicado en "Geografía Infructuosa"). Menciona un pueblo próximo a Condé-sur-Iton, cuyo campanario jamás encontramos. Como en Francia no tiembla, ni se demuelen iglesias, puede haber sido un rapto lírico del poeta. He aquí un extracto:

"El campanario de Authenay"

....

Cuántas veces de todo aquel paisaje,

árboles y terrones

en la infinita estrella horizontal

de la terrestre Normandía,

por nieve o lluvia o corazón cansado,

de tanto ir y venir por el mundo,

se quedaron mis ojos amarrados

al campanario de Authenay,

a la estructura de la voluntad

sobre los dominios dispersos

de la tierra que no tiene palabras

y de mi propia vida...

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