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Editor: Neville Blanc

Saturday, July 23, 2011

Fallece Lucian Freud, el pintor de los desnudos carnales














Lucian Freud. Tres cuadros
MANUELA MENA
El Pais 23/07/2011

Vestía una camisa blanca con el cuello levantado, que enmarcaba su cabeza, y los pliegues naturales de un secado sin plancha; al desgaire, en lugar de corbata, un ligero foulard de rayas negras y grises formaba parte de su naturaleza más que de su indumentaria. Así le vi por primera vez, hace 25 años. Se sentó a contraluz con descuidada afectación, pero un pintor sabe cómo manejar la luz y ésta rodeó mágicamente su cabeza de rasgos finos haciendo su piel translúcida, y luminosa, y sus ojos verdes más brillantes. Cuando logré concentrarme en sus palabras, con su voz apagada, lentamente, estaba diciendo que él no había tenido nunca problemas para elegir el tema de sus cuadros. Y después de unos segundos sonrió, acentuándose entonces maliciosamente, casi con perversidad, la curva característica, histórica, de su nariz.

Captó en un limitado espacio la soledad y el aislamiento de todos nosotros

Por su nombre le pregunté hace pocos meses, la última vez que le vi. Conservaba intacta toda la fascinación intensa de su rostro: "Era el nombre de mi madre... Lucy, Luz, y ella le parecía que yo tenía luz". Hay solo otro gran pintor que lleva esa raíz luminosa unida al nombre: Goya. Goya y Lucientes, que no usó más que una vez, para subrayar en su autorretrato, al inicio de los Caprichos y con plena conciencia, que con esa serie de imágenes notables su voluntad era iluminar a sus contemporáneos para que se fijaran en la ignorancia, la superstición, la maldad o el engaño de sus semejantes. Lucian Freud siguió en su pintura ese camino de desentrañar la verdad sobre el ser humano, iluminando con potencia a sus semejantes, para que ni un solo pliegue de sus cuerpos ni un solo escondrijo de sus almas quedara oculto al espectador.

Freud ha vivido lo suficiente para saber sin sombra alguna de duda el lugar exacto que su arte había alcanzado en el mundo actual, pero eso no es suficiente para un artista. Quieren saber también algo más difícil: ¿Qué les deparará el futuro, hasta dónde llegará su fama? ¿Dejarán huella? ¿Serán como Velázquez? Es difícil, usando los métodos de un historiador de arte, hacer con ellos esa labor profética, imposible. En el caso de Freud, como en el de todos los que fueron grandes en su tiempo, su arte seguirá apreciándose durante años, tal vez muchos años, porque su obra es singular por la técnica rica e imperecedera, en la mejor tradición del uso de la materia y del color de los grandes pintores del pasado, esa tan sencilla del óleo sobre el lienzo; después caerá en el olvido, en cien años tal vez, oscurecido por el tiempo y las obras de quienes ya vienen detrás de él. Sin embargo, analizando sus retratos, sus naturalezas muertas, sus paisajes urbanos, es evidente que Freud analizó su tiempo, el siglo XX europeo, con el desapasionamiento necesario para describirlo verazmente, más bien para definirlo con esa profundidad que siempre ha garantizado la pervivencia de una obra de arte o de un artista. Freud será, como su abuelo, una de las figuras clave para entender ese siglo XX ya pasado, tan lejano en la historia como desde ayer lo está él mismo, por haber captado en el limitado espacio de la superficie de una pintura la soledad y el aislamiento de todos nosotros, la frialdad de nuestra sociedad, la incomunicación, el existencialismo como el pensamiento dominador de nuestras vidas; y esa cierta sensación de vacío que lleva a la náusea, la sensación distintiva del siglo XX. Su mundo es un mundo quieto, un mundo en que la still-life (la vida quieta de nuestros bodegones) ha ganado la batalla a la acción. Fuerza a sus personajes a la desnudez, a todos ellos, a sus amantes, a sus hijas, a sus amigos, a los ricos y a los pobres, y les obliga a la quietud y al reposo del simbólico sofá: pero a él no le interesan los sueños de sus modelos / pacientes. En él el sueño se esconde detrás de la fachada de las cosas y de las personas, y es inaccesible o irrelevante.

Como todos los artistas, Freud fue un devorador insaciable del arte ajeno. De sus contemporáneos y amigos y de los que vivieron antes que él. El arte de muchos de ellos se revela indefectiblemente en su pintura. Desde sus primeras obras cercanas a la pureza del renacimiento alemán, de esos retratos a lo Durero de su juventud, hasta la materia metafísica de Chardin de sus últimos cuadros. A Freud era fácil encontrarle en los restaurantes de moda y esa capacidad suya de apreciar la materia de la vida superficial a veces despista al observador, que no acaba de comprender que el trabajo del artista es obsesivo e incesante, que se debe por encima de todo a esas horas interminables en el estudio. En el de Freud queda ahora un cuadro inacabado en el caballete. En marzo del año pasado, tras la inauguración en París de su última gran exposición, Lucian Freud visitó El Prado por última vez. Fue un paseo lento, solitario, del artista recreándose en la pintura, interrumpido por el alto inevitable que le exigían algunas obras de Tiziano o de Velázquez.


Manuela Mena es jefa de conservación de pintura del siglo XVIII y Goya en el Museo del Prado. Actualmente trabaja en un proyecto conjunto


ELPAIS.com

Fallece Lucian Freud, el pintor de los desnudos carnales
El nieto de Sigmund Freud fue, junto a Francis Bacon, uno de los más brillantes representantes de la Escuela de Londres
FRANCISCO CALVO SERRALLER

21/07/2011

Nacido en Berlín el año 1922, Lucian Freud, que era nieto de Sigmund Freud, se instaló en Londres en 1932, llevado allí con solo 10 años por su familia, huyendo de la inmediata barbarie nacional socialista, y su presumible plan implacable de exterminio judío. Dada la corta edad con la que desembarcó en Reino Unido, se comprende que su formación artística y posteriormente su brillante desarrollo como pintor se llevase a cabo como si se hubiese tratado de un genuino artista británico. De hecho, adquirió la nueva nacionalidad en la temprana fecha de 1939. Por todo ello, aunque su origen germánico es indudable, se le ha considerado siempre como uno de los más brillantes representantes de la llamada Escuela de Londres, un grupo informal que aglutinó a un conjunto de artistas de primer rango, surgidos todos ellos tras la II Guerra Mundial, entre los que se contaron figuras tan prominentes como Francis Bacon o Frank Auerbach, los cuales se caracterizaron por estar de alguna manera vinculados a una figuración de estirpe expresionista.

No se puede, sin embargo, tampoco negar la impronta artística alemana que configuró la personalidad de Lucian Freud. Hay que tener en cuenta que su padre, que era arquitecto, había sido asimismo un prometedor pintor, en la época de la Secesión de Viena, y que no solo Lucian Freud, sino el resto de los representantes de la Escuela de Londres, coquetearon en su juventud con el surrealismo y con los pintores alemanes de la llamada Nueva Objetividad, como Otto Dix o Georg Grosz. Al margen de estos precedentes artístico-culturales, Lucian Freud estudió en la Central School of Art y en el Goldsmiths' College, antes de iniciar su carrera artística, hacia comienzos de 1940. Su primera exposición colectiva se produjo en 1944, pero la maduración de su estilo y el comienzo de su proyección pública no se produjo hasta una década después, a partir de 1951. Desde entonces, habiéndose librado de esas primeras influencias artísticas continentales, Freud se centró en una peculiar interpretación de la pintura realista, conectada en parte con el precedente británico de Stanley Spencer, pero también dejándose contagiar por el morboso sentido físico, carnal y existencial del primer Francis Bacon, con el que mantuvo siempre una relación dialéctica y artística muy vivaces. La pintura de Lucian Freud debe su original peculiaridad al modo con el que supo abordar la figura humana, fundamentalmente desnuda y haciendo siempre valer su turbadora densidad carnal. En su interpretación del desnudo, Freud unió la peculiar visión forzada con que Edgar Degas espiaba los desnudos femeninos, para obtener un punto de vista insólito, y un sentido matérico que les daba una fuerza táctil, muchas veces de efecto turbador. En realidad, como él mismo declaró, pretendía que la propia pintura tuviese una densidad elástica, como la de la carne: "Quiero que mi pintura funcione como carne. Para mí, la pintura es la persona. Que ejerce sobre mi mismo un idéntico efecto que la carne".

Esta versión del desnudo tan directa y, valga la paradoja, descarnada, así como su independencia de juicio y de costumbres le valieron, en el siempre puritano mundo británico, una fama de alocado libertino, atravesándose con ello muchas veces la frontera del sensacionalismo barato. No hace muchos años, cuando Freud era ya un octogenario, causó malestar la exhibición pública de un autorretrato en el que él se mostraba de pie, pintando sobre un lienzo, mientras una joven desnuda se abrazaba a una de sus piernas. Tomar esta autorepresentación como un delirio exhibicionista, no solo es un error, sino que significa desconocer la historia de la pintura occidental, a la que este genial artista rindió un sagaz culto, plagando con citas inteligentes de grandes maestros del pasado muchos de sus mejores cuadros. En cualquier caso, no cabe la menor duda de que Lucian Freud ha sido no solo uno de los mejores pintores británicos del siglo XX, sino que, todavía más importante, uno de los artistas figurativos más originales y poderosos de la época contemporánea.

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