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Editor: Neville Blanc

Wednesday, January 11, 2012

MARIA LUISA BOMBAL

Edwards, Jorge
La Segunda Viernes 06 de Enero de 2012
Mi María Luisa

Bombal, la película de Marcelo Ferrari y Blanca Lewin, me dejó pensativo. Marcelo Ferrari tiene una Bombal estupendamente interpretada por Blanca Lewin, un personaje casi onírico, lleno de alusiones literarias y estéticas. Es art déco, modernista, con toques del monólogo interior de Joyce y de la Ofelia de Hamlet. Nos movemos entre Viña del Mar, Santiago, Buenos Aires, el Dublín de Ulises y la Dinamarca inventada por Shakespeare. Creo que hay que ver la película de todas maneras, pero tengo una versión diferente, una María Luisa propia, y me gustaría contarla. A lo mejor me sale una novela libre, entre autobiografía, ensayo y ficción, como mi reciente Montaigne, que deja perplejos a varios, pero que algunos, aquí y en otros lugares de este mundo, leen.

En mi versión, María Luisa, que algunos llamaban la Bombal, es una joven de Viña del Mar, sensible, delicada, que fue seducida por un pije, un hombre de club y de buena sociedad, de Santiago. El episodio la marcó de una manera profunda. Se fue a Buenos Aires, participó en la vida literaria de allá, sobre todo en la que rodeaba a Jorge Luis Borges y a Victoria Ocampo, escribió y se casó con un pintor aficionado a las fiestas, simpático y homosexual. Después del suceso de su juventud en Santiago, terrible para ella, obsesionante, no quiso tener otras historias masculinas. De otro modo, su matrimonio con el pintor no se explicaría. De los años de María Luisa en Buenos Aires, se conoce un detalle interesante: escribió uno de sus libros, me imagino que La última niebla, en la misma mesa de la cocina donde Pablo Neruda, joven cónsul en la ciudad, de regreso del Extremo Oriente, escribía los poemas finales de uno de los grandes libros de poesía del siglo XX, Residencia en la tierra. Neruda nunca se olvidó de María Luisa, pero no creo que hayan sido amantes: ella caminaba por la vida con la mente fija en su seductor del jet set santiaguino. Era un caso extremo de despecho, de amor odio. El personaje era un hombre alto, más bien gordo, rozagante. Me encontré algunas veces con él, en mi juventud, y conservo el recuerdo de una persona amable, de buen humor. Nunca tuvo la menor intención de casarse con María Luisa: hubo en eso una mezcla de clasismo santiaguino y de frivolidad. Me acuerdo muy bien de esos donjuanes comunicativos, bromistas, medio matonescos, que pululaban entre Viña, Santiago, Zapallar, Santo Domingo, en mis tiempos juveniles. María Luisa sufrió y no perdonó nunca. No creo que se haya encontrado con el personaje muy a menudo, como ocurre en la película. Un día leyó en la página social del diario que había contraído matrimonio con una joven “conocida”. Después supo que habían regresado de un viaje en un transatlántico de lujo a los Estados Unidos. A partir de ese momento, llevó siempre en su cartera una pequeña pistola cargada. Había publicado hasta ese momento dos libros: La última niebla y La amortajada. Era, en esa época, una prosa de vanguardia, renovadora, que introducía la sensibilidad más aguda, el ritmo, las atmósferas poéticas, en la narrativa de lengua española. En el segundo de los dos, el punto de vista narrativo era el de una persona muerta, como en el brasileño Machado de Assis, como más tarde en Juan Rulfo, que le confesó al ensayista argentino Pepe Bianco que se había inspirado en ella.

María Luisa partió un sábado al mediodía, aferrada a su cartera, al Hotel Crillón de Santiago. Después de almorzar, bebió seis o siete copas de licor de anís. Tenía un presentimiento y estaba enormemente nerviosa. De repente divisó a su seductor que caminaba por la vereda de enfrente, por la calle Agustinas hacia abajo, en compañía de uno de sus amigos de club. Cruzó la calle a la carrera, llamó al personaje por su nombre, a gritos, y cuando éste se dio vuelta, descargó su pistola. Sólo uno de los disparos hirió al otro en una pierna. La intención de matarlo fue bastante dudosa y ayudó a que el juez le concediera la libertad bajo fianza. Eran los comienzos del Frente Popular y muchos escritores chilenos, entre ellos Ricardo Latcham y Hernán Díaz Arrieta, fueron a La Moneda e intercedieron a favor de ella ante el Presidente Pedro Aguirre Cerda. Por su lado, el seductor, matonesco, pero caballeroso, retiró todos los cargos.

María Luisa partió a los Estados Unidos y allá contrajo matrimonio con un señor de Saint Phalle, conocido banquero de Nueva York. A comienzos de la década de los setenta, me encontré en la embajada de Chile en Francia, en un cóctel ofrecido por Pablo Neruda, con la escultora Niki de Saint Phalle, celebrada en toda Europa y en los Estados Unidos por sus grandes muñecas de todos colores. Fue una tía política chilena, me dijo Niki, la persona que me impulsó a seguir una vocación de artista.

Le voy a decir cómo se llamaba esa persona, le contesté de inmediato: María Luisa Bombal.

Pocos años antes, enviado por el Ministerio de Relaciones Exteriores que encabezaba Gabriel Valdés Subercaseaux, había viajado en compañía de Jorge Sanhueza, el famoso Keke Sanhueza, a Estocolmo. El objeto disparatado y provinciano del viaje era tratar de influir de alguna manera para que Neruda sacara el Premio Nobel de Literatura. Si no hubiéramos hecho nada, Neruda, por la sola fuerza de su poesía, se lo habría sacado antes. Pues bien, salimos de paseo un domingo por la mañana y nos encontramos, en un hermoso parque, frente al mar del archipiélago, con una enorme muñeca yacente de Niki de Saint Phalle. Entramos al interior de la muñeca por una pequeña puerta colocada en su vagina y subimos a un balcón que rodeaba sus pechos protuberantes. La película mía de María Luisa habría terminado con esas imágenes, con los archipiélagos de Suecia contemplados desde ese mirador carnal. Pero cada uno se construye su propia película o su propia biografía. A pesar de mi visión diferente, recomiendo en forma calurosa la Bombal de Marcelo Ferrari, Blanca Lewin, la siempre impagable Delfina Guzmán, Ana María Palma, todos ellos.

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